Durante septiembre poco a poco las calles, las ciudades y el país se comienzan a pintar con los colores de nuestra bandera nacional. Para muchos es un mes de celebración y reafirmación de valores patrios al recordar la Guerra de Independencia, que nos permitió constituirnos como una nación soberana. Se trata de un conflicto bélico que duró poco más de una década, y en ese tiempo sufrió cambios, evolucionó, tuvo sus incongruencias y una inesperada alianza final.
Han pasado poco más de 200 años, y aunque muchas cosas han cambiado en ese tiempo, vivimos en un país que todavía tiene muchos problemas en temas tan variados como la salud, la violencia y la corrupción, pues son consecuencias del mundo caído en el que vivimos y de la maldad en nuestros corazones (Santiago 4:1-3); sin embargo creo que este tiempo es una buena oportunidad para pensar en el pasado y reflexionar no solo en el futuro, sino en la eternidad.
Quisiera compartir tres ideas en las que he reflexionado al pensar en la historia nacional, en los eventos recientes y lo que nos depara ahora con un nuevo gobierno.
- Dios en la historia
La Biblia está llena de historias maravillosas, algunas trágicas, otras esperanzadoras; algo que podemos ver con claridad es la manera en que Dios intervino en varios eventos, principalmente del pueblo de Israel, y es fácil porque es justamente Dios revelándonos de manera explícita lo que hizo y cuál es su voluntad en una situación específica, como cuando se dio a conocer a Moisés en la zarza (Éxodo 3); pero muchas veces cuando estudiamos o conmemoramos algún evento fuera de la narrativa bíblica podemos perder de vista que Dios también obra, dirige e interviene en lo que ocurre.
Esto me hace pensar en el libro de Ester; una historia fascinante de intriga política, amenaza de perdición y una poderosa salvación. Mientras la historia se va acercando a su clímax hay cierta pregunta que se va presentando en la mente del lector: ¿Qué hará Dios? Y cuando llegamos al desenlace aparentemente la pregunta no es respondida; Dios nunca llega con algún poderoso milagro, una revelación sobrenatural o una visión en el sueño de alguien; pareciera que las cosas se resuelven de forma muy normal.
Sin embargo, la respuesta la encontramos por todo el libro. Aunque nunca se aclara de forma explícita, podemos ver entre líneas que cada giro de trama y cada aparente casualidad están llevando a los protagonistas a la salvación del pueblo de Dios y la humillación de sus enemigos. Nunca se nos aclara; pero Dios siempre estuvo presente, y justamente esto es lo que ocurre en la historia del mundo.
En dos mil años no hemos recibido más revelación especial de Dios, no obstante, eso no significa que Dios haya permanecido callado; Él sigue activo en la historia de cada nación y de cada persona. En cada aparente casualidad de la historia Dios está obrando y dirigiendo; en cada intriga a puerta cerrada Dios está siendo un testigo invisible contra la maldad del mundo. Él sigue y seguirá salvando a su pueblo y trayendo justicia contra cada pecado. Podemos descansar en su soberanía, en el hecho de que Dios tiene el control de cada evento que nos ocurre como individuos y también de las situaciones que nos afectan como país. Él es quien tiene la última palabra (Prov 21:1).
- Opresión y libertad
Después de la conquista de los pueblos indígenas siguieron 300 años de opresión, abusos y discriminación por parte de la monarquía y nobleza española. Aunque sea una situación claramente resultante de un mundo caído, no es nada nuevo en la historia; ya en el libro de Éxodo se nos relata cómo el pueblo de Israel fue oprimido y esclavizado por Egipto. En la historia mundial podemos encontrar decenas de casos; pero también podemos verlo en las noticias el día de hoy.
Noticias como las de Venezuela, donde el gobierno corrompe sus propias elecciones para mantenerse en el poder, pueden despertar varios sentimientos en nosotros, como indignación, frustración y hasta desesperanza; hoy en día existen aproximadamente 50 dictaduras en el mundo1, y en cada una de ellas las personas sufren de abusos de autoridad y pérdida de sus derechos y dignidad, en una u otra medida.
La opresión es un tema que Dios siempre se toma en serio; pero debemos aprender a verlo de la misma manera que Él. En primer lugar, todo rey, presidente, primer ministro o persona en cualquier nivel de autoridad, está puesto ahí por la voluntad divina; por lo cual debemos someternos a ellos en todo aquello que no vaya en contra de la ley de Dios (Romanos 13:1-5). También debemos considerar aunque Dios haya puesto a personas pecadoras en puestos de autoridad, Él no ignora los problemas políticos, económicos o estructurales; los judíos en la época de Jesús pensaban en el Mesías como un libertador de la opresión romana; sin embargo Dios tenía en mente algo más profundo.
Todo ser humano nace oprimido; cada persona nace esclavizada, porque, como Jesús enseñó, “todo el que peca es esclavo del pecado” (Juan 8:34). Dios el Hijo se encarnó para rescatar y liberar a sus escogidos de esta esclavitud, de la condena eterna que pendía sobre cada uno de ellos; por paradójico que suene, la mayor libertad que podemos experimentar es sometiéndonos voluntaria y gozosamente a la autoridad de nuestro Creador; esto es así porque a diferencia de todos los políticos que utilizan su poder para oprimir a sus gobernados, nuestro Señor Jesús se entregó a sí mismo por nuestro bien.
Esto significa que cualquier cristiano, sin importar las circunstancias políticas en las que viva, es libre; pero al mismo tiempo, esta libertad no implica que debamos contentarnos y no buscar crear mejores condiciones para nosotros y los demás. El apóstol Pablo enseñó en 1 Corintios 7:21 que si un esclavo podía comprar su libertad, que lo hiciera, pero lo más importante es que en su corazón reconociera la libertad que ya se le había dado en Cristo.
Por lo tanto, busquemos que México sea un país más justo y libre para todos, y oremos por aquellas naciones donde las personas viven oprimidas; pero sobre todas las cosas prediquemos el Evangelio que nos hizo verdaderamente libres.
- Mirada en lo eterno
El último punto en el que he estado reflexionando es sobre nuestra patria celestial. Recientemente México ha atravesado varios problemas serios: Como la violencia desatada en Culiacán y el ataque a la separación e independencia de los poderes; agregando que en dos semanas tendremos un cambio de gobierno y desconocemos lo que nos espera el siguiente sexenio. Aunque esto pueda preocuparnos, si lo comparamos con los sufrimientos que otros cristianos han experimentado en otros lugares o épocas, podremos darnos cuenta que Dios no ha permitido que las cosas vayan tan mal como podrían ir.
La carta a los Filipenses fue escrita por Pablo mientras se encontraba encarcelado por predicar el Evangelio, sin embargo, él expresa una plena confianza en Dios. En medio de circunstancias extenuantes él fue capaz de decir “Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!” (Fil 4:4), ya que como él mismo declara, su esperanza no está en una libertad temporal de sus prisiones, sino en alcanzar la resurrección que Cristo compró para nosotros (Fil 3:10-11).
El tiempo sigue, no se detiene ni espera a nadie; y todo lo que experimentamos en la tierra es temporal; pero nuestras almas son para siempre, y en Jesucristo tenemos las promesas de una vida eterna de gozo a su lado. Para el cristiano ningún dolor o sufrimiento es eterno, ninguna situación es tan dura que no pueda ser remediada o usada por Dios, incluso la propia muerte ha sido derrotada por nuestro Dios.
¡Vivamos pensando en lo eterno! Vivamos cada día recordando que nuestro paso por el mundo es solo un soplo y que no estamos en nuestro verdadero hogar. Cristo ha resucitado, Él vive, y está preparando nuestras moradas en el reino de los cielos, en la Jerusalén celestial. Así que no dejemos que la desesperanza y el desánimo nos abatan; y cuando sintamos que ya no podemos soportarlo más, dirijamos nuestros corazones a Dios, oremos para ser restaurados y pidamos por la paz que sobrepasa todo entendimiento en Cristo.
Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno. 2 Corintios 4:16-18
https://worldpopulationreview.com/country-rankings/dictatorship-countries 1
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